domingo, 25 de mayo de 2014

Encededor morado

Sucedió de casualidad.

A primera vista todo parecía normal, sin mucho que esperar. Cuando conocí a mi encendedor morado mi vida estaba tranquila, habían pasado mil tormentas y mi cuerpo estaba en una rehabilitación leve.

Y ahí estaba.

No podría decir que resaltó de la multitud tan fácil, de esa multitud rutinaria y sin nada en especial. Pero estaba ahí y el solo hecho de su presencia (y que yo lo notara) iba a hacer que todo cambie... de nuevo.
Aquí estuvo, entre mis manos que aún eran débiles y, sin experiencia de peso, fue mío. Mío como nadie ni nada, mi encendedor morado.

Recuerdo absolutamente todos los momentos en los que pude tenerlo cerca. A veces, su compañía en silencio era todo lo que necesitaba; otras veces me dejaba incendiar con su luz, con ese fuego que conocí y me enloqueció. Créanme, que hasta en mis peores momentos estuvo ahí. ´
Y pasa como en todo, que lo nuevo estando nuevo se disfruta al máximo y luego solo pasa a ser parte de tus días, pero de una manera especial. Especial era, como no creí conocer. Por cierto, puedo asegurar que yo también era especial para este simple pero significante encendedor morado... después de todo, eran mis manos las que lograban que ese fuego iluminara, quemara y acompañara.

Creo que, si mis latidos no me engañan, amé mucho a este pequeño lanza fuegos. Amé con locura y con cordura, como se hace pocas veces.

En fin, ese simple encendedor morado, fugaz, dulce, imprescindible e impredecible... es el  pequeño motor de fuego que logró quemar todo en mi ... menos estas cartas no guardadas.

Aquí vamos de nuevo.


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